DIA DE TODOS LOS SANTOS -- Año 2015
Un año más el calendario nos sitúa en el 1 de noviembre, el Día de Todos los Santos. Y nuevamente nos encontramos con que éste es un día que los más 'rapaces' han olvidado por completo lo que significaba. Era el día de recordar a quienes ya no tenemos entre nosotros, de homenajear las raíces familiares, de que quienes aún están en los lares mundanos, recordasen a los que se ausentaron de la vida terrenal, llevándoles flores ante la imposibilidad de poder regalarles besos o abrazos. Pero hoy apenas se percibe el languidecimiento de dicho día, que va viéndose sepultado por esa avalancha americanista llamada Halloween. Es la lucha del recuerdo frente al carpe diem.
En Guadramiro, según me contó mi abuela (yo no lo llegué a vivir), antaño los mozos se pasaban la noche de los Santos en el campanario de la torre, tocando las campanas a muerto a la par que asaban castañas que iban comiendo entre todos mientras se turnaban en los toques de campanas. Y la verdad es que, si no me lo hubiese contado ella, se me antojaría inverosímil, pues hoy todo eso parece extremadamente lejano, y no sólo porque los mozos en nuestros pueblos se puedan contar ya con los dedos de la mano, sino porque los vecinos no creo que se mostrasen demasiado comprensivos al toque de campanas durante toda la noche, aunque, para qué vamos a engañarnos, a día de hoy tampoco se permitiría hacer el magosto en el campanario… En definitiva, nuevos tiempos, nuevas normas, y por medio una tradición perdida que se realizaba en un día que agoniza.
Pero no quiero basar esta columna en rememorar qué se hacía en mi pueblo hace setenta años o sabe Dios cuánto... Es el día de Los Santos y, por ello, querría hacer una pequeña remembranza a los ausentes. En ocasiones uno se para a pensar de quienes venimos, quien corría hace décadas o siglos por las calles o caminos que pisamos, qué momentos vivieron en ellos, etc. Donde nosotros vemos un simple árbol o un paraje, puede que fuese para alguna pareja el lugar del primer beso, la primera declaración, un llanto, o incluso el sitio en que alguien falleció. No puedo evitar recordar en este punto a Ángel, un familiar que hace décadas perdió la vida en la raya entre Guadramiro y Yecla, por donde a diario pasan coches sin reparar en ello. Cuántos hechos más habrá de este tipo que desconocemos. Es más, cuántos familiares nuestros han acabado por sepultar sus raíces, olvidando los pueblos en los que corrieron sus padres, abuelos, bisabuelos y un largo etcétera de ancestros.
Ciertamente uno cae en la conclusión de que no somos más que una mota de polvo en el tiempo. Nuestra vida, nuestros recuerdos, nuestras amistades, acaban desapareciendo con nosotros o, en el mejor de los casos, con quienes nos recuerden, unas décadas más tarde. Las anécdotas que recordamos con una sonrisa, partirán de este mundo camino del olvido. Y es que el mundo se regenera, no sólo las capas del tiempo van superponiéndose en el terreno, sino que las propias personas van supliéndose, una generación sobre otra va aportando su granito de arena al mundo, a que la existencia humana continúe prolongándose. No importa dónde reímos ni cuándo, las generaciones venideras continuarán riendo del mismo modo, puede que en el mismo lugar. Quizá por ello haya que buscar con más ahínco comportarnos como personas buenas y justas, pues lo que va a quedar, al final, son los avances que consiga la sociedad, con los que vivirán nuestros descendientes o quienes vengan al mundo, pues los nombres en el 99 % de los casos solo quedarán para algún que otro archivo perdido, partidas de nacimiento, de bautismo… que difícilmente desempolvará alguien en este mundo frenético en que vivimos. Nombres, en todo caso, incapaces de recoger junto a ellos la historia de cada vida.
Por otro lado, al ir perdiéndose la tradición oral en nuestra sociedad, en que los más mayores contaban a sus descendientes pasajes de su vida, se van perdiendo un sinfín de recuerdos familiares. Las anécdotas de un abuelo cuando era joven te hacían valorar muchas veces a esos otros paisanos que, siendo ya ancianos, habían tenido ciertas vivencias con tu abuelo. Personalmente, he reído en más de una ocasión al contarme mi madre algunas anécdotas de mi bisabuelo Olegario, un hombre extremadamente ocurrente, o me he asombrado al oír a mi padre las agallas que tuvo que echar a la vida mi abuela Cecilia, rodeada de ocho hijos en plena edad de ‘armar’. No obstante, viendo la ceguera de los más jóvenes con los móviles, de cuyas pantallas no se despegan, me pregunto si el día de mañana mi descendencia (si la tengo) será capaz de escucharme anécdotas de este tipo de mis padres, amigos, tíos o abuelos.
Al final, es inevitable abrazarse a los recuerdos, cada uno los tenemos diferentes aunque se refieran a la misma persona. El fin de semana pasado falleció mi tío Julen (o Julián), una persona de gran corazón, de esas que siempre están dispuestas a compartir contigo una sonrisa, y a la cabeza me venía el recuerdo de cuando era pequeño y entre mis primos, mi hermano y yo le despertábamos y desarmábamos toda su habitación. Su respuesta, hacerme cosquillas a la par que me decía “eres un bandarra”, hecho aderezado con una sonrisa de oreja a oreja, te hacía valorarle. Buena gente, personas que no entiendes cómo el mundo se los ha llevado tan pronto, como mi amigo Urtzi, con quien compartí muchas más risas que años contaba cuando se fue, como mi paisano Amable, a quien aún puedo ver hablándome con su eterna sonrisa en “el Palacio” de Guadramiro mientras esperaba el coche de línea con mi abuela Cristina. Personas que echa uno de menos, como a mi abuelo Gonzalo, otro hombre de gran corazón que quiso enseñarme toda la sabiduría que llevaba dentro en aquellos paseos por el campo, qué recuerdos verme en sus hombros cogiendo las manzanas más altas del árbol que albergaba el huerto de La Vega.
Demasiados recuerdos amasados por gente que ya no está entre nosotros, tantos como ganas de vivir para ir forjando otros a la par que se siguen recordando los amigos y familiares que se fueron. Vi una vez en la tapia de un cementerio alavés una placa que decía “Tu que pasas por aquí a tus negocios mundanos, no te olvides de rezar por tus difuntos hermanos”. Y no se trata de rezar o no, sino del hecho de que debería ser irrenunciable no olvidarnos de los buenos recuerdos que nos ofrecieron nuestros difuntos, esos seres queridos que, ausentes en el mundo pero presentes en nuestra memoria, descansan en paz. Va por ellos.
C.J. Salgado Fuentes