¡QUE VIENEN LOS REYES!

 

El día de reyes madrugábamos niños y niñas con la gran ilusión de ver depositados nuestros regalos en los zapatos que la noche anterior habíamos puesto en la ventana de nuestra habitación. Regalos que habíamos pedido en la carta que le habíamos enviado días antes, en la cual le hacíamos saber nuestro comportamiento en casa, en la iglesia, en la escuela y en la convivencia con nuestros amigos y amigas. Todos y todas escribíamos bien sobre nosotros mismos.

La carta decía así:


“Queridos Reyes Magos, durante este año he sido obediente con mis padres y abuelos, he ayudado en casa, he ido a por agua a la fuente, a comprar el pan, la leche y otros recados que me mandaban, sin protestar. También me he portado bien en misa y no he faltado ningún domingo a la doctrina (catequesis).

Además, este último domingo me tocó la revista que rifaba Don Iñigo (nuestro párroco) al final de la doctrina.

También en la escuela me he portado bien, he llegado puntual a clase, he hecho siempre los deberes que Doña Paca (nuestra maestra) mandada para hacer en casa, no he rayado el pupitre ni he vertido el tintero y solo he faltado a clase cuando he estado enferma con anginas.

No me he enfadado ni me he peleado con mis amigas cuando jugábamos, aunque unas me caen mejor que otras.

Quiero que me traigáis la muñeca que llora y tiene pelo que se puede peinar, una cocinita, un rompecabezas, pinturas y bolígrafos de colores para la escuela…”.

 

Pero los Reyes siempre me trajeron regalos más humildes que los que había pedido, pero útiles y necesarios: un estuche de pinturas Alpino, un cabás, una naranja, castañas, cacahuetes y la típica cajita de colaciones.

Con el paso de los años entendí que los Reyes Magos que a mí me traían los regalos, aunque no eran muy abundantes, sí lo eran de gran corazón, y que cada niño y niña tenían sus propios Reyes Magos, ya que también había muchos niños y niñas en el mundo a los que no llegaban los Reyes Magos.

 

María del Carmen Fuentes Sendín